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por María Galindo
por María Galindo
A todos los hombres célebres les gusta tener retratos, no por nada el
Congreso está lleno de inútiles cuadros convertidos en basura con los
años. Lo mismo acontece en la Casa de la Libertad, donde las salas de
hombres de Estado retratan más que nada el hecho de que el Estado tiene
sexo y color de piel.
Inspirada en ese afán retratista, quiero ofrecer hoy
un retrato escrito de nuestro Vicepresidente que ya se ha ganado su
espacio en esa rutinaria, empolvada, ófrica y homosexual galería de
hombres de la historia de la patria.
Los gestos femeninos en sus piernas cuando las cruza,
en sus manos cuando habla y en su manera de recogerse el cabello no se
lo debe a una tendencia homosexual sino al hecho de que es un hombre
educado por su madre en una familia donde la ausencia paterna ha sido
una de las características que más han marcado su infancia y
adolescencia.
En ese sentido Álvaro es parte de ese inmenso
fenómeno boliviano de los hijos varones criados exclusivamente por sus
madres. Yo albergo la esperanza de que esos hijos sean capaces de
desarrollar relaciones de empatía con las mujeres, de horizontalidad, de
solidaridad y sean agudos analistas del machismo y las relaciones de
poder fundadas en el sexo. Pero ése no es el caso de Álvaro; si bien la
soledad de su madre ha calado profundamente en su personalidad, esto no
ha devenido en una empatía con el universo de las mujeres, sino en un
fuerte complejo de superioridad.
Un ejemplo de las manifestaciones de este complejo en
él es esa alusión tan ridícula al hecho de que es el hombre que más
hubiera leído en el país, algo que quien ama los libros y los ha elegido
como compañía permanente de vida no necesita subrayar. Esa muletilla le
sirve para presentarse como “dueño de la verdad”; se considera docto en
economía, sociología, política, filosofía y en todo lo que toca. Esto
es una muestra de su descomunal y peligroso complejo de superioridad.
Cualquier observador con un poco de sentido común
diría que Álvaro García Linera es vicepresidente por concesión de Evo
Morales y porque supo coger una gran oportunidad. Él, en cambio,
considera que estaba predestinado y que es él el redentor de lo
indígena, que es él el que convierte a Evo Morales en el primer
Presidente indígena de América. Vemos, sin embargo, todos los días el
papel secundario que van ocupando los y las actoras indígenas en este
proceso del que él se va apropiando glotonamente.
Su relación con “lo indígena” es una relación
neurótica, le permite ganar sentido y significado en la vida, pero al
mismo tiempo le sirve para no entrar en el análisis de su propia
condición de hombre blanco, letrado, salido de un colegio particular,
hijo de una madre sola y que no entró a estudiar a la UMSA como el 99,9%
de los y las bachilleres de este país, sino que tenía que salir al
exterior cumpliendo el sueño arribista de la clase media boliviana.
Su relación con las mujeres es utilitaria. En la
cárcel necesitó a una guerrillera solidaria; en la universidad, como
profesor, a una estudiante enamorada; y en el poder, a una miss o una
presentadora de televisión. En todo caso, jugar al conquistador es
rentable en una sociedad machista. No tiene compañera no por ser
homosexual, sino por no saber amar.
Otro rasgo característico de Álvaro García Linera es
su poco contacto con la realidad. Así como en su adolescencia los libros
le sirvieron de refugio donde pensar y soñar con mundos distintos y
evadir las tristezas de una vida llena de privaciones, hoy le pasa lo
mismo. Hace su análisis a través de lo que ve en la televisión, lee en
los periódicos o ve en los libros. No es un hombre que tenga ni haya
jamás construido un vínculo subjetivo directo con la realidad que lo
rodea. En la cárcel los libros le permitieron evadir el dolor del
encierro, ahora en el poder también está mediatizado y está hoy preso de
sí mismo y de su rol. Pisar la tierra con los pies, tocar la realidad
con las manos, sentir frío sin abrigo, calor sin protección o quemarse
al sol es algo que Álvaro no sabe hacer; por eso, además, está siempre
tan pálido porque vive como un conde Drácula bajo la sombra de su poder.
En pocas palabras, estamos frente a un hombre
neurótico, con un fuerte complejo de superioridad, unilateral, dueño de
la verdad y deshumanizado.
Página Siete – La Paz